sábado, 2 de agosto de 2008

Principios. Por sus finales los conoceréis

Principios. Por sus finales les conoceréis.

La metafísica, o astrología de las palabras (Paul Valéry).

Con frecuencia la mejor solución será ignorarla.

Los derechos de los fuertes y los de los débiles, se defienden, respectivamente, con fuerza pujante y con debilidad notoria, y en ese orden, porque precisamente es “en ese orden” el mensaje que viaja de polizón en la bodega y como equipaje no declarado de la mefítica palabra orden, que sólo se desplaza en Business class, el cinturón atado y bien atado, con casco y chaleco antibalas y rodeada de pinganillescos y solgafados guardaespaldas.

Guárdate de esos concomitantes con el todo, siempre tan compulsivos e irreflexivos y ruidosos frecuentadores de unísonos.

Nuestra pulcra democracia es esa dama dignísima empecinada en la santa cruzada de convertir a los ciudadanos ajenos en polizones y a los sinvergüenzas locales en ciudadanos.


Crisis inmobiliaria.

¿Dónde están las llaves
matarile, rile, rile?
¿Dónde están las llaves
matarile, rile, ron?
Se las guarda el notario
matarile, rile, rile
Se las guarda mi banco
matarile, rile, ron
chimpón

¡Cuántas cosas podrían curarse sólo con un buen vaso hasta arriba de amarguísimas pero sanadoras y salvíficas buenas lecturas!

Te levantas, enciendes la radio, y constatas cómo las gilipolleces se nos han vuelto a pasar la noche entera de guardia. Y cobrando todas y cada una de las horas extra el doble, como marca el convenio.

El eufemismo, por más que se use más que el término rotundamente definitorio al que sustituya, y siempre con la finalidad de suavizar su significado, (aunque sin saberse muy bien a beneficio de qué o de quién), goza sin embargo y ya desde antiguo de muy mala fama a pesar de su tan universal y avasalladora presencia. Y el por qué de tanto mal predicamento escapa en ocasiones a una primera observación, tal vez sólo porque las verdades sencillas resultan las más difíciles de digerir y porque lo obvio, pase lo que pase y háganle lo que le hagan, permanece siempre firme en el pedestal de su evidencia palmaria, de tal manera que si deja de verse sería precisamente en virtud de dicha quietud, y todo porque nuestros supuestamente refinados sentidos parece que no reaccionan ante tamaña inmovilidad, así como los batracios son incapaces de ver a los insectos salvo que éstos se pongan en movimiento.
Pero casi todo se sabe desde antiguo y buena parte de sus razones también, y se podría afirmar que ese pesado alargamiento y barroquísima repetición con variantes y scherzo que viene a ser la historia, tuviera como única función la de servirle de maquillaje teatral precisamente a lo obvio, ese mortal enemigo de lo que acontece domesticado, es decir, de lo socialmente recomendable. Vean si no: “Cuando las palabras pierden su significado la gente pierde su libertad” (Confucio). Así que cuando sea hora de decir ¡Joder y me cago en la hostia! y sin embargo empiecen con el jolines y el mecachis, ya saben lo que se está perdiendo en la transacción, que el chino ya lo sabía largo entonces, y no es que me empeñe yo sólo en amargarle a nadie el rato, que como verán algún colegui de peso me traigo para apoyar, concepto éste de moda donde los haya, por lo demás, aunque eso ya será otro cantar y además habría que lucir la “equipación” adecuada antes de poder empezar a dar por culo con los oés.

Y a mayor abundamiento: por sus eufemismos los conoceréis.

Tendríamos que ponernos preceptivamente casco y cinturón homologados para escuchar discursos, que hay que ver lo deslavazado que los conducen, las que lían con ellos y cómo se agarran después como lapas a la presunción de inocencia y a que las bajas no fueron premeditadas, lo sentimos. Y eso si es que a algún juez se le fuera a ocurrir preguntarles o no digamos ya allegarse a olerles los hocicos con el concurso de bien calibrados intencionómetros homologados, lo que desde luego sería mucho, muy grave y grande especular, Sancho.

Intrusismos de altura. Calderero a tus zapatos.

Metatemas: ¿Quién vigila al mandarín que vigila al constitucionalista que vigila al jurista que vigila al juez que vigila al subsecretario que vigila al comisario que vigila al madero que vigila al segurata que nos vigila “toítas las veinticuatro” por nuestro propio y exclusivo bien?

Esos masteres en irresponsabilidad para responsables, sufragados por sus víctimas –conocidas también como clientes–, rigurosamente a tocateja, sin descuentos de ningún tipo y hasta el último centavo.

Reflexiones para una filosofía del desconocimiento. No sabe, no protesta.

El unísono es cosa tan grande que siempre terminan por caberle dentro toda clase de mudos y de desafinados.

Dramatización bilingüe. No es sólo que me duela España, es que también me duele –y de verdad que atrozmente– Italia.

–Los hombres y las mujeres son distintos–... y se quedó delicadamente pensativo por un instante, y al poco, súbitamente iluminado, concluyó con firmeza –pero pueden hacer las mismas cosas– (se lo escuché a un niño de unos nueve o diez años, en un programa de televisión, de esos que evidentemente no veo, como insisto en que quede bien claro).

Si eres idiota te puede entretener el aburrrimiento y si vas de listo te aburrirá el entretenimiento. Y no sabría yo muy bien donde posicionarme peor, como dicen ahora.

“El salario de treinta obreros sutiliza mis proposiciones, moraliza mis actos, insufla sabiduría en mis determinaciones y preña de sentido mi pasado”. (Miguel Espinosa, La fea Burguesía).

Desconocer el pasado no es más que estrictamente normal, que a ver a quién le va a importar un carajo, pero empecinarse también en ignorar, y además de manera repujada y arabescada, el presente, empieza ya a parecerme un sospechoso querer exagerar los conocimientos y la sabiduría, la verdad.

La verdad es que a pesar de que la evolución nos robara dos patas tampoco lo hacemos tan mal en el business éste de seguir siendo unas malas bestias.

La venganza, que proclaman ser dulce. En esta mano un aguijón clavado, en la otra la avispa muerta, ¡qué descanso! Pero me acontentaría con un sosegado empate a cero antes que con semejantes alardes de empates a uno.

A la que afirmas tímida y desconsoladamente, que no, que no conoces el futuro y que además preferirías no saberlo, te miran como lo que les pareces, irredento, sin imaginación, sin formación, sin información, sin valor para “mojarte” lo más mínimo y además desesperanzado, ésto último ya del todo incomprensible, socialmente imperdonable y ya prácticamente delito.

Lo único original que vamos a dejar del campo serán algunas viejas fotografías que obligarán a los nietos a contratar especialistas para interpretarlas. Interpretaciones que a buen seguro serán para echarse unas sanas risas si no fuera que seguramente no le irán a quedar a uno ganas, o biología suficiente.

... y luego esos que cuanto más dudan del darwinismo biológico más defienden el darwinismo social, que es una forma como cualquier otra de exhibir el plumero, lo que además les gusta.

A saber qué nos irá a deplorar el futuro...

Baños salutíferos: los de fe, los de multitudes, los alicatados en mármol hasta el techo, los de asiento...

La Santa Madre Iglesia no da puntada sin hilo e incluso en sus momentos más bajos, cuando la historia se le tuerce y malamente no llega ni a tía ermita, sigue pespunteando con igual primor y obediencia, que costureras nunca le han faltado y han sido éstas de siempre su aguerrida y más nutrida milicia. Aunque en este caso no se tratara de un momento bajo, todo lo contrario, sino el de declarar a un papa Magno, esa demasía de grandeza que sólo puede revestirse un papa muerto y ya en la carroza mortuoria, camino de la cripta, de la losa y de la historia, aunque nunca sabremos si en esa representación portentosa de sobriedad e imponencia con la que se llevaron a su más carismático general a vencer la última de sus batallas, la de la santidad, el detalle de aquellas zapatillas agujereadas fuera ese descuido que hace simplemente enorme a un gran guión, o si fuera por el contrario una última demostración del qué son capaces de hacer esas almas bisbiseantes e incensadas. Mas fuera exhibición fortuita o fuera solamente ben trovata no deja uno de pensar en dos iglesias igual que este siempre dolorido pensar lo hace en las dos Españas.
Dos iglesias, la de las zapatillas raídas de un martirio en directo que duró años y que todos, creyentes y ateos pudimos ver con horror creciente y un cierto espeluznado respeto, y no del protocolario, y la otra, la de esos escarpines fellinianos y de raso de Manolo Blahnik –cuyo precio ya sinceramente es lo de menos– que se gasta ese cambiacamisero, aflautado, amanerado, repolido y tiquismiquis de su sustituto. Porque hay papados y papados y porque hasta en cuestiones de antípodas uno tiene derecho a preferirse unos misacantanos a otros, ¡qué coño!, que hay enemigos a los que a uno le sale de dentro el presentarles solemnemente armas y a otros que lo que pide el cuerpo es enseñarles el sacro, y eso aún intuyendo que se corre un elevado riesgo de que les guste, viene uno a temerse.

El empeño del mundo moderno parece el querer facilitarle a la gente el llegar masiva y rápidamente a cualquier otro lugar, mejor si muy lejano y el poder volver corriendísimo, veni, vidi, redii, destruyendo con ello simultáneamente lo que fueran el antiguo camino y el lugar de destino, que ya no volverán a ser ninguno sombra de lo que fueron. O dicho más corto, nunca podrás ver lo que aniquilas con las sandalias mientras piensas estar hollando con civilizada delicadeza el mundo.

Los misterios reales los proporciona la naturaleza, siendo ella misma el primero de todos. Los misterios ficticios los inventa el hombre cuando no puede resolver los primeros y se pone entonces con esmero a privilegiar los de su propia cosecha... que si dioses, que si espíritus, que si almas con sus fantasmas, que si profetas y vírgenes y santos, que si conciencias universales, que si unicidades intrínsecas, que si trinidades o trimurtis, que si yingues y yangues, que si el espíritu del bosque, que si la irritabilísima madre Gaia o que si incluso el derecho natural, ese exquisito oxímoron, al que siempre apelan cuando ya verdaderamente no les queda otra, que ese sí que es sapo gordo de tragar hasta en el caso de que uno fuera cualquier ex-presidente impartiendo ciclos de conferencias, que hay que ver lo que no dejarán de hacer los gachós con tal de seguir rozando y esnifando caobas, que les pierden, porque es cierto que huelen a gloria, eso sí.

Dar por muerta la física, como algún físico proclamó en los cincuenta-sesenta del siglo pasado o dar por muerta la historia, sólo parecen predicados comprensibles desde la oquedad de unas cabezas muertas. Y no querer estar intelectualmente preparado para lo inimagibable me parece la negación más aberrante de la actividad científica, en la actualidad el único sacerdocio con unos previsibles buenos milenios de carrera por delante, y ello incluso a pesar de algunos de sus propios obispos, que también los tienen ¡Y con no vean qué mitras y qué pluviales!

Hubo dos galileos en extremo interesantes. Y si me lo permiten y en contra de una cierta corriente mayoritaria, me quedo mejor con el más experimental que con el más utópico, pero será sólo porque fui de ciencias, mayormente, que no es nada personal.

Nada humano le era ajeno... excepto las ideas propias.

Ofertones. Más por menos... igual a igual.

...Y al repajolero del Creador, una vez que se le hubo ocurrido el látigo, y viendo que era bueno, ya no le quedo otra que ponerse a crear espaldas.

Nada como observar obispos para alumbrar la evidencia de que Dios, y en el caso de poder el pobre todavía elegir algo a estas alturas, seguramente optaría por una silente y modesta laicidad de perfil bajo.

Si se desea establecer con un cierto criterio de fiabilidad si alguien o algo es necio y en cuál grado, contabilícese sin más el número de veces que emplee en su discurso la locución “una nueva dimensión” y correlaciónese de forma directa y sin miedo alguno a errar el mayor guarismo computado con el mayor grado de estulticia a declarar. Y entiéndase además que el término discurso se emplea en este contexto simplemente para entendernos, se comprende.

Contestación llegada a mi e-mail, quiero creer que producida por un idiota automático, ese software que ahora sustituye tan ventajosamente a los anticuadas personas: –Gracias por unirse a HP–, que por cierto, ¡vaya abreviatura! Pero yo no me he unido a HP, me he limitado a comprar una impresora de dicha marca, lo que poco tiene que ver con una unión ni siquiera de esas de hecho bendecidas apenas por alcalde, me parece a mí, así que aprovecho aquí para repudiar públicamente tan familiar y estólida salutación, so gilipollas. Y sepan de paso que yo sólo me uno a lo que me pete o a lo que me salga del nabo, como cordialmente y con mucha mayor profesionalidad que yo les sabría explicar Risto, ese hombre.

Determinadas cantidades sólo se miden mejor por plétoras, en particular la de nosotros, los pedantes.

Los lunes al sol. Y de martes a domingos, al gol.

A la sinrazón bastará con colegiarla para que a cualquiera le parezca compañía digna y de merecido respeto.

Llevo casi cuarenta años cursando una maestría en tragado de sapos, y progreso adecuadamente, según mis tutores.

Descreo a pies juntillas de todas estas comarcas, barrios y pedanías ya casi advenidas a patrias. Soy un discapacitado autonómico sin cura, me temo.

Hay ciertas tarifas aéreas en extremo creativas. Boletos sujetos a humillación, como gustan de llamarlos los propios empleados del gremio, según me ha explicado textualmente uno de ellos.

Parafraseando a don Félix de Azúa. Habría que escribir una historia universal de la sangre narrada por un emaciado.

La añoranza se riega mejor con lágrimas. Por el puntito de sal, que la planta lo agradece.

A todos los suelos les llegan sus San Martinsas.

Por cuestiones de seguridad, yo lo que me pongo es chaleco antibolas. Y con todo y ello más de una me han vendido.

Para Carlos “el abogado”. Para que se joda, quiero decir. El perfecto indocumentado es ese tipo de letrado de barra de taberna que alardea de saber a ciencia cierta lo que ocurrirá mañana y que siempre le deja a uno con la inquietante sensación de que se habrá equivocado incluso cuando acierte.

Esta madrugada sale de Juana. Ética con amplitud de miras, o cuando la justicia, triunfante, sí, pero de pronto horrorizada se tiene que estirar la benda para abajo a ver si le tapa el coño, que de tanto no querer mirar se acaba de dar cuenta de que se le ha quedado inopinadamente al aire.

Correlato. Y es que por existir, existe incluso el amor al trabajo mal hecho.