martes, 16 de abril de 2013

Escraches, doña Margarita Thatcher y otras actualidades.

La afamada novela de Albert Cohen, Bella del Señor, una rotunda obra maestra, cuenta entre sus muchos precios con el de ser el escrito, de los necesariamente pocos que en mi amplia ignorancia haya podido visitar, que realiza el alegato más devastador y manifiesta la irrisión más corrosiva contra la antigua Sociedad de las Naciones, refundada y devenida después de la Segunda Guerra Mundial en la actual ONU, pero habitada tan de los mismos vicios y malformaciones que la lectura hoy de la citada obra bien permitiría confundirla con la anterior organización, setenta años después, pero manifestándose todavía dentro de la más estricta contemporaneidad solo con intercambiar el nombre de la una por el de la otra sin más, y cualquiera entendería absolutamente lo mismo sin necesidad de explicación adicional ni de actualización de una sola frase.

Y esto no solo por la propia grandeza de la obra, que disecciona la condición humana con la misma claridad e intemporalidad de un clásico, sino porque los vicios de la organización citada son exactamente los mismos, lo cual no es mérito solo del autor, sino demérito catastrófico de las sociedades del presente y mucho es de temerse que también de las del futuro.

Y venía este preámbulo porque acabo de leer una larga entrevista a Kofi Annan, el anterior Secretario General de la ONU, de la cual extracto esta frase:  Sé que hoy tenemos un problema: la confianza entre los líderes y la gente está rota. El contrato social que existía entre Gobiernos y el pueblo está roto. Si tuviera que ir a España, a Portugal, a Chipre o a cualquiera de los países en que tenemos este problema y hablase con la gente corriente, me dirían: “No puedo cuidar de mis padres, no puedo pagar facturas de hospital y el Gobierno me dice que no hay dinero. De pronto empiezan las dificultades en los bancos y aparecen millones para salvarlos. Los ricos cuidan los unos de los otros, no les intereso yo como individuo”. 

La entrevista es extraordinariamente interesante, aunque a mi entender no exactamente por decir las cosas que dice ( http://elpais.com/elpais/2013/04/11/eps/1365693757_959820.html ), como la arriba citada y por otras varias consideraciones más de parecido tenor, sino por venir de quien vienen y por llevarme esto a hacerme una reflexión casi obligada y sin duda perpleja sobre la esquizofrenia del poder o de tantos poderosos. Pues lo que choca, precisamente, es ese tenor de las consideraciones que ponen en evidencia las contradicciones casi insoportables entre lo actuado, que pertenece sin remedio a la trayectoria pública de cada cual, y lo dicho a posteriori o lo que se manifiesta hoy que se pensaba mientras se actuaba de otra manera. Lo cual bien podría considerarse como paradoja de otra galaxia por no llamarlo irrisión, por enunciar como propio el discurso necesariamente perteneciente al sometido, siendo que se es o se ha sido un miembro del poder y dotado por ello, se supone, de alguna capacidad para actuar en el sentido de modificar dicho orden de cosas que ahora tanto parecen molestar al prócer.

Porque esta frase, tan razonable e hija legítima de la evidencia, viene emitida por alguien que sin duda pobre no lo es ni lo ha sido nunca, además de señalado en su momento por sospechas de corrupción, sino poderoso y repetido ex dirigente máximo del más inoperante de los organismos que existían y existen y a quien, como mínimo, se podría tildar con cierta tranquilidad, pues, de inconsecuente. Y aunque decir, como dijo, que la guerra querida por Bush II, por ejemplo, era una guerra ilegal, efectivamente fue un acto que cuenta en su haber, si hubiera deseado de verdad dar un aldabonazo o actuar según esta su supuesta y declarada conciencia a posteriori, tendría que haberle dimitido en las narices al señor Bush y haberle abierto de verdad un segundo frente, y todo ello explicando las razones y explayándose, que es de imaginarse que pobre y menesteroso no se habría visto por ello, pero habiendo dado en cambio un ejemplo al mundo, con lo cual su figura hoy sería otra, de muy diferente grandeza. Sería tal vez un Mandela, en lugar de un alto funcionario que se queja a destiempo y que se hace pues más que sospechoso de mirar hacia la nueva dirección que marca la veleta.

En definitiva, que el discurso del victimado vengan ahora a hacerlo los victimarios, aunque no sea este exactamente el caso, pero si lo ronda, es, entre las esquizofrenias del presente la que tal vez resulte la más llamativa y, desde luego, insufrible.

Otro caso de alto funcionario que, al abandono de su cargo, radicalizó a fondo su discurso, y este aún con mucha mayor energía, es el de Federico Mayor Zaragoza, funcionario español que dirigió la UNESCO muy largos años y que hoy también parece más casi un simpatizante del 15-M que el alto mandatario, flexible como un junco, que se plegó durante repetidos mandatos a lo que hubiera de plegarse, con mejor o peor cara, sin duda, y con mayores o menores bascas en su fuero interno seguramente, pero que, al igual que el anterior y que tantos otros, también podría haber optado por la dimisión y la denuncia a tiempo, y no después de haberse hecho toda una carrera y de haberse asegurado una saneada situación económica, aunque sin acusaciones ni evidencias de corrupción en su caso, pero al que es de suponérsele que ya desde el primer mandato se habría hecho del cargo del estado de las cosas y de la imposibilidad de acometer modos de acción diferentes, caso de habérselos planteado.

Y debo admitir también que no es este segundo ejemplo el más sangrante, pues es cierto también que mantuvo una larga polémica con los Estados Unidos por sus intromisiones en contra de ciertas acciones humanitarias y culturales que emprendía su Agencia en numeroso países, con la pretensión de supeditarlas a sus planteamientos políticos e incluso religiosos, y que esto llevó a numerosos roces y amenazas e incluso al impago repetido de las cuotas debidas al organismo por parte de la potencia americana, como medida de presión para cambiar determinadas actuaciones de la UNESCO.

Pero sumo ahora a lo anterior las consideraciones de Iñaki Gabilondo en su video blog, que hoy también eran de enjundia, al hacerse eco de este mismo tipo de discurso al comentar los resultados de las encuestas, en este caso en España, sobre la confianza de la población con respecto a sus políticos. En concreto, los datos del observatorio de la cadena SER, de la empresa My World, con los datos sobre el punto de vista de los ciudadanos sobre lo que está ocurriendo en España. Y señalan estos datos que ya es mayor, encuestas  la mano, el número de ciudadanos que cree más eficaz la acción de los movimientos sociales y de protesta que la acción de los partidos políticos o la de los sindicatos.

Le cito, más o menos textualmente: “Es un dato novedoso y que no se había producido anteriormente. Es decir, la población cree que hay que pasar a la acción y a una participación más activa en la vida pública. Contrasta esto además con la puntuación cada vez más positiva para Caritas y otras asociaciones cuya acción sí se considera efectiva”. Concluye Gabilondo con la observación de que la ciudadanía sí parece creer aun en la democracia y en la política, pero junto a la opinión cada vez mayor de que los partidos políticos serán cada vez menos necesarios en el futuro, lo que parece al mismo tiempo un pisotón a los políticos, pero una llamada de socorro a la política.

Visitada la página del obSERvatorio, he encontrado otro dato el cual, aun entre el panorama de verdadero horror que dibujan los datos de las diferentes encuestas, me ha parecido todavía más llamativo: sólo el 11% de los ciudadanos respalda el actual ‘estado de las autonomías’ y el 50% pide ya dar marcha atrás en el mismo. Sin embargo, y es curioso, esto no lo cita en su listado de penas el señor Gabilondo, al que estimo, pero con el cual discrepo frecuentemente por muchas cuestiones, digamos, de índole oficialista, como sin duda lo es esta.

Porque precisamente parte del problema es que no hay partido político ni miembro respetable del establishment, como bien pudiera serlo él mismo, que se animen a arrojarle a ese mal apaño más pedradas que las justas, pero con el resultado de con esta actitud obligarán a que sea un tsunami, antes o después, lo que acabe por resolver el asunto. Pero dudo mucho que el señor Gabilondo, ni yo mismo, deseemos verdaderamente un tsunami. Sería lógico y deseable entonces postular que las cosas se hicieran antes, a tiempo y según razón, y mejor que el tener que añadirse más tarde y tal vez a regañadientes a otro tipo de soluciones más drásticas, con sus cirugías mayores.

Porque esa lacra de estas autonomías, desde luego no la menor de las que padecemos, se la llevará finalmente una marea de votos insumisos, o tal vez de no votos, o el ya casi imparable independentismo catalán o el tradicional golpe de péndulo, tan del lugar. Pero ya es hoy el estado autonómico, manifiestamente, otro cadáver más, y el no querer verlo quienes acusan a su vez a otros de no ver otras cosas diferentes pero igualmente conspicuas, no es más que el viejo cuento de la viga en el ojo ajeno.

Porque, en definitiva, los partidos gestionan hoy el árbol podrido, gordo y enorme que los cobija mientras los expertos discuten no se sabe de qué y los técnicos dicen que no hay sierras suficientes, y los notables y atenidos a resolver este y otros asuntos hablan siempre de cosas muy diferentes a la sombra acogedora del mismo, pero que ya chirría amenazante como una grúa cargada y coja, y milagro será que la cosa no acabé en tragedia y aplastamientos, mientras los bomberos atienden a quién sabe cuáles otras supuestas calamidades que no son ni la mitad de potencialmente graves como esta que por desgracia les y nos incumbe.

Y comentaba igualmente Gabilondo que es notable la apatía con la que reaccionan a estas encuestas los partidos políticos, pues es evidente que no lo hacen y actúan como si creyeran que aun tienen tiempo. Y a esto añado yo ahora más consideraciones.

No lo hacen porque creen que tienen tiempo, efectivamente, como ocurrió en Italia, pero donde acaban de descubrir, para su asombro, que ya no lo tienen y sin tener, además, tampoco la más remota idea de cómo arreglarlo. Porque tal fue precisamente el discurso con el fustigó en sus mítines electorales Beppe Grillo a la clase política italiana, y porque, como pronosticó, este va a resultar ser el quid de la cuestión. Dio a la clase política o, perdón, a sus usos actuales, como acabados y, al contrario del nuestro conocido y patético mal uso local de gritar enfebrecidos: ‘márchese señor X, márchese señor Y, apeló a algo mucho más sensato y democrático que solicitarle a gritos al legítimamente elegido que abandone el cargo reconociendo su incompetencia, lo cual nunca hará nadie, porque lo que hizo fue apelar a la población para que los echara con ese arma indiscutible que la democracia pone en manos de todos, lográndolo, sí, pero con los votos o, mejor dicho, negándoselos.

Y lo logró hasta el punto de que la ingobernabilidad a la que esto ha llevado a Italia obligará a repetir unas elecciones donde el resultado aun puede ser todavía mas contrario a los usos políticos establecidos. Y ojalá así lo veamos, añadiré, pues anunciará voluntad de regeneración allí y la provocará de rebote en muchos otros lugares, que falta hace.

Y es bien claro que una solución como esta, contra los usos hoy habituales y establecidos de la política, tal vez no gustará en exceso al señor Gabilondo, como no gusta en Italia a parte de la izquierda y además a muchas personas honradas y de indudable buena fe, y aún mucho menos al señor Kofi Annan y a tantísimos otros políticos, instalados todavía en un oficialismo que es precisamente la gafa ahumada que no les permite ver y el cristal que sí que hay que romperles, pero sí pone de manifiesto que vías hay y que, dadas las encuestas, esos caminos, hoy especulativos, se recorrerán aquí también, así que sigan pintando los mismos bastos.

Porque todo, hasta las cosas más sagradas tienen caducidad en política y en el conjunto de las actividades humanas. Lo que hoy es legítimo, de ley, mayoritariamente creído y aquello dado sin más por cierto, como verdad revelada o como hábito cultural hijo de los siglos o de los milenios, de pronto un día cualquiera deja de ser tan bueno, de ser verdad, de ser creído, de ser aconsejado y, finalmente, de practicarse. Aquello que antes una mayoría tenía o daba por bueno y, de paso, eterno, de pronto ya lo es solo para una pequeña minoría y, finalmente, para casi nadie.

Y no digamos ya cuando las condiciones materiales de vida menguan de manera alarmante y en contra siempre de los mismos, pero que ya son los más, y cuando la política tradicional no parece tener soluciones adecuadas en sus manos, las que sigue proponiendo no funcionan o aun empeoran las cosas y cuando, para mayor abracadabra, no sólo no se rectifica la manifiesta inconveniencia de ciertos usos, sino que encima se  llega a culpabilizar a los administrados como si estos malos usos y las incompetencias, los errores tácticos y estratégicos, las responsabilidades y, ya muy frecuentemente, los delitos de los administradores fueran causados por alguien distinto que ellos mismos. Llegados a este punto las encuestas dicen mucho, pero aún dirán más las urnas a su debido tiempo.

Y máxime cuando las ideas de todo tipo, las religiosas, las sociales, las políticas, las económicas... van y vienen también de esta manera y cambian, y además gustan de desaparecer y regresar disfrazadas de algo distinto, haciendo como que se han ido pero siguiendo vivas por debajo, pareciendo muertas y de pronto resucitando al mismo tiempo que otras, aparentemente pujantes, fallecen de golpe en la plenitud de su madurez, como si de un accidente se tratara.

Y no es casi nunca este cambiar de muy largo recorrido, porque en el corto transcurrir de una vida humana aquello que se aprendió como conducta deseable a seguir, y muchas veces con bastante esfuerzo, hay que desaprenderlo después para embarcar como deseable o como socialmente recomendable algo que es casi su opuesto. Y parece que solo cabe, en lo personal, dejarse llevar sin reflexión por el río del cambio o darse a la perplejidad, caso de no querer o poder asumirlo. Pero el político, en cambio, no puede adoptar esa actitud, pues cambia el paso con los tiempos o perece.

De esta manera, también la legitimidad política así como la de ciertos usos legales, antes indudables, hoy dudosos, está sujeta al mismo tipo de modificaciones, al menos en lo que respecta a las prácticas democráticas tenidas como tales y a los resultados de las elecciones. Esta legitimidad se renueva cada cuatro años y continúa, llueve o truene, siendo válida durante los cuatro años siguientes. Pero como esto es cierto y además todavía legal de toda ley, aprovechan los legalizados así para tildar de ilegales a quienes les afean sus conductas infames o protestan con cierta contundencia. Y llegamos así a los escraches, de los cuales, la encuesta arriba citada dice hoy, 15 de abril de 2013, que el 59% de la población dice apoyarlos o entenderlos. Pero me habita la certeza de que los números no serían estos mismos, sin embargo, si a la población se le preguntara si le parece bien el que un político, no un hambriento, robe. Es decir, los números no solo legitiman, sino también informan de que ciertas legitimidades también pueden estar sujetas a cambio o a súbitas inversiones de valores.

Es decir que, a mi entender, al político presuntamente demócrata y legitimado por los números, no al dictador, que eso ya sería caso a parte, sin embargo sí que le va su supervivencia en comprender que los números también le obligan a legitimar a su vez o siquiera a tolerar nuevas actitudes, mal que le pese. Y esa estulticia ontológica de proclamar, como ha hecho reiteradamente en estos días la señora Cospedal, que los escraches son una práctica nazi, como si un desahucio fuera una broma, y tratar de resolverlos mediante la fuerza pública o con multas que insultan estas sí y verdaderamente a la razón, se califica por ella misma y demuestra de manera muy fehaciente que, efectivamente, la política parece haber perdido no sólo la más mínima capacidad de autocrítica, sino por completo la comprensión y el respeto por la ciudadanía, lo cual trae la contrapartida de la desafección de la misma, primero y la más que probable expulsión por la vía de los votos del político o políticos capaces de comportarse con semejante ceguera, segundo.

Porque por más que se quiera afirmar lo contrario, un escrache a un político es una molestia que dura unas horas, en poco o nada menoscaba sus derechos pues no queda impedido de entrar o salir y de decir o no lo que tenga que seguir diciendo en su labor política, y de impedirle el paso o de agredirle alguien ya se encarga de inmediato la policía de protegerlo y de denunciar el hecho, como es su deber, y caso de incendiarle la casa, lo cual no se ha dado, no le cabe tampoco a nadie ni a mí tampoco la más mínima duda de que se trataría de un delito y como tal sería considerado, con toda razón.

Pero mientras los términos se mantengan dentro de lo que, digamos, podría llamarse una cacerolada, por más que ruidosa, molesta y muy irritante, parece más bien asunto de muy menor entidad, máxime si comparado con los padecimientos reales que sí sufre un desahuciado, que son de toda otra entidad y dureza. Y no comprender esto ni admitir el político ser sometido a esta mínima amonestación, que no afecta al sueldo, por cierto, bien dice cual es el entendimiento de muchos de ellos sobre el sentido y los deberes de su cargo, al cual cualquier discapacitado intelectual y también moral, que no son pocos entre los de su clase, como en tantas otras, sabe de sobra y antes de empezar que hay acudir ya llorado de casa. 

Además, sobre la legitimidad democrática y los números que la sustentan cabría hacer también una reflexión, pues el que esté legitimada de esta manera y no de otra, también es discutible porque, igualmente números a la mano, cualquier mayoría de las llamadas absolutas, casi nunca y salvo circunstancias en verdad extrañísimas, lo es si referida a la totalidad de la población con derecho a votar. Un 40% aproximado de votos a un solo partido otorgan dicha mayoría, lo cual significa que descontada la abstención que siempre ronda el 30%, cuando no más, ese mágico 40% del 70% restante de población, significa que con un 28% real de votos de la población ya se alcanza el derecho a mandar sobre ese 72% restante que, o no ha expresado opinión o lo ha hecho a favor de otras contrarias o diferentes.

Y esto no es más que una disfunción de la democracia parlamentaria cuya única corrección posible, en los casos de mayorías absolutas, y dado que no existe, pero lo cual también sería buen tema de reflexión, mecanismo ninguno para obligar al mantenimiento de consensos, con los resultados que se ven, sería la voluntad efectiva de gobernar para los más y nunca para los menos. Pero como esto no se hace ni hay ley, al parecer, que obligue a ello y por más que las declaraciones institucionales siempre se hagan en sentido contrario, proclamando que se gobierna para todos, y como esto jamás es así, y en la actualidad la evidencia es todavía más sangrante, es de lógica que la mayoría verdadera y matemática de la población, en cuya contra se gobierna, muestra una desafección progresiva y una voluntad de modificar tal estado de cosas.

Y sé bien que venirle a la ‘Ley’ con mayúsculas y no digamos a los políticos con razonamientos matemáticos, aunque sencillos y comprensibles como de escuela primaria o como se la llame ahora, no es más que una manera canónica de perder el tiempo, aunque los números no dejan de ser verdad y explican mejor que bien el divorcio entre ese supuesto gobierno de una mayoría sacralizada como legítima y absoluta pero que, a la hora de la cotidiana desafección, no lo es de ningún modo, y esa es pues la razón, junto al manifiesto mal hacer, de que el porcentaje muchísimo más elevado de la población real que, en definitiva se ve gobernado por quien no eligió de ninguna manera, acabará por encontrar los modos de hacer oír su voz y de tratar de dictar también su ley.

Y la encuesta de intención de voto de hace apenas una semana es meridiana en certificar a día de hoy la defunción de este bipartidismo, enemigo de la diversidad y de la modernidad, y espejo de esa denostada y decimonónica práctica de esta legislatura mandas tú y yo la siguiente, y los cambios... a lo Lampedusa, pues juntos PSOE y PP ya no suman ni el 50% de las preferencias... y bajando.

Tal vez haya sido la mejor noticia vista en los últimos tiempos, el anuncio de la creación de una mayoría opuesta, desde luego por articularse, pero de la que saldrá el cambio, quien sabe si a la italiana llevándose un partido todavía por definir la mayoría del bote que hay en la mesa, quien sabe si articulando un nuevo y viejo símil frente popular vía UPyD, IU y los restos del naufragio del PSOE que pretendan o a los que se les deje acudir al banquete. Y es y sería apasionante si no fuera que todo ello es la consecuencia del hambre, de la nueva miseria, de la desesperación, del desmantelamiento del estado del bienestar, de su sentido, significación y necesidad, y el resultado de haber andado en muy poco tiempo cincuenta años de camino hacia atrás.

La transparencia, la participación ciudadana y la modernidad, que son conceptos con los que se llenan la boca quienes menos los practican y los comprenden, cambiarán en poco tiempo multitud de usos políticos. La vieja delegación del voto cada cuatro años cambiará también, la sociedad de Internet y de la inmediatez ya no podrá entregar cartas blancas a semejante plazo, así como la contractualidad misma de las promesas electorales tendrá que sustanciarse de una manera efectiva, so pena, precisamente, de perder la esgrimida legitimidad. Si es ilegal vender un jabón que lava amarillo, pero del que se proclama que lava blanco, será tarea de la ciudadanía lograr que en no demasiado tiempo sus dirigentes se atengan a los mismos códigos so pena de acabar también despedidos, que es como ya vamos acabando todos, pero en la mayor parte solo por culpa de su mendaz y torticero lavar siempre y sin falta amarillo más que sucio.

Y, finalmente, esta crisis primeramente de valores sociales, creada y alimentada por un cúmulo pavoroso de planteamientos ideológicos que postularon una tolerancia irresponsable con las peores prácticas económicas que los seres humanos hayan sido capaces de pergeñar, parece que no le sobrevivirá largo tiempo a la inhumación, mañana, de uno de sus más conspicuos fautores, la señora Margarita Thatcher y a la cual hoy, como patética y vergonzosa irrisión a sus conciudadanos, parecida a la pavorosa leyenda Arbeit macht frei (el trabajo te hace libre), que presidía la entrada del campo de concentración de Auschwitz, la alcaldesa de Madrid y la autoridad al mando le quieren poner calle en la ciudad. A nuestra tradicional y buena amiga de Gibraltar, como todos sabemos.

Así que, lo menos que se podría postular mañana, como presente para el entierro de la enterradora del estado del bienestar, sería prometernos un sonoro y futuro escrache ante el cartel con el nombre de la nueva calle que, por ayudar a los siempre poco imaginativos políticos, bien podría situarse en los aledaños de la madrileña plaza de la República Argentina. Lo digo, porque no pierdan oportunidades de obrar con razón, justicia y mesura. De nada.

Como para que luego pida nuestra bendita derecha que digamos que no se han vueltos locos. Venga Dios, lo vea y nos llame, ¿adivinan a qué?, pues a otro escrache. Contra la mayoría de sus mandos, que nunca ciudadanos de a pie, evidentemente. ¿Y dónde, preguntan? Pues en la Costanilla de los Desamparados, dónde si no... Pásenlo.


(P. s.)
Y el PSOE, ¡ay el PSOE, madre!, me llega el e-mail, como siempre, de su blog Líneas Rojas y abro el correo, el anuncio del nuevo posteo y busco el link... ¿Pero dónde está el link?, no hay link, pues no está el link, pues vaya... Sólo hay un letrero abajo donde dice textual: darse de baja. Bien, pues pincho el letrero, más que nada por ver si el error me llevara al camino correcto y me sale una pantalla que me informa ¡sin haberme pedido confirmación! de que se me ha dado de baja del boletín, gracias. ¡Anda que así vais a vender vosotros el caballo, muchachotes competentes y a la última!
Así que me queda ahora la zozobra de si volverme a dar de alta en semejante alimento espiritual o si dejarlo así, y hágase vuestra voluntad, llenos de gracia.
Pero, por caridad con vosotros mismos, llamad por lo menos a cualquier zagal de catorce que seguro que os indicará, por menos de 300.000 euros, cómo tenéis que hacer las cosas, siquiera las informáticas, y si no... consultad gratis con el cuerpo técnico de Beppe Grillo, que esos sí que saben de blogs, jomíos...
–¿La eme con la o, niños?–, –moooo...–, ¿La te con la o?–, –toooo...–, –y ahora todos juntos–..., –¡Amotoooo!–.
Que así nos va y les va. Y nos seguirá yendo.

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